ORDEN Y PEREZA ACTIVA
Orden
y capacidad de organizarse
Orden
y pereza activa
Lee
Iacocca, aquel legendario empresario norteamericano que fue primer
ejecutivo de la Ford y que años después lograría un espectacular
reflotamiento en la Chrysler, explicaba así su experiencia de varias décadas
al frente de grandes multinacionales:
«No
puedo menos que asombrarme ante el gran número de personas que, al
parecer, no son dueños de su agenda. A lo largo de estos años se me
han acercado muchas veces altos ejecutivos de la empresa para confesarme
con un mal disimulado orgullo: "Fíjese, el año pasado tuve tal
acumulación de trabajo que no pude ni tomarme unas vacaciones".
»Al
escucharles, siempre pienso lo mismo. No me parece que eso deba ser en
absoluto motivo de presunción. Tengo que contenerme para no
contestarles: "¿Serás idiota? Pretendes hacerme creer que puedes
asumir la responsabilidad de un proyecto de ochenta millones de dólares
si eres incapaz de encontrar dos semanas al año para pasarlas con tu
familia y descansar un poco?".»
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un ritmo ordenado a la vida, ser dueños del propio tiempo y de la
agenda, tener un claro orden de prioridades en lo que hemos de hacer...,
son premisas básicas para la eficacia en cualquier trabajo.
¿También
para educar? Pienso que sí, por dos razones. La primera, porque educar
exige tiempo y, por tanto, orden para sacar partido al tiempo que
tenemos, que es limitado. Y la segunda, porque el orden es una virtud
muy importante en la configuración del carácter de los hijos.
Cuando
no hay orden en la cabeza, acabamos siempre por elegir lo que más nos
apetece, o aquello que parece urgentísimo pero que resulta que no es lo
que tenemos que hacer en ese momento. Muchas veces, los agobios por
falta de tiempo son más bien agobios por falta de orden.
Es
evidente que no se puede llegar a hacer en la vida todo lo que uno
quisiera, porque no hay tiempo. El problema es por dónde se recorta, y
esa decisión no la debe tomar el capricho.
Hay
personas que despliegan una febril actividad, que van y vienen de un
lado a otro a toda velocidad, suben, bajan, hablan por teléfono, hacen
mil cosas a la vez y no acaban ninguna, sus múltiples y poco claras
ocupaciones les hacen llegar tarde a todo y con una gran sensación de
prisa. Son auténticos ejecutivos pero que luego no ejecutan casi
nada útil.
Parecen
gente esforzada, pero muchas veces no es esfuerzo sino sólo su
caricatura. Porque casi siempre casualmente ese desorden les
lleva a elegir la tarea que en ese momento menos les cuesta. En el fondo
son bastante perezosos.
La
pereza ordinaria es simple apatía y dejadez. Esta otra forma de pereza,
que por activa no es menos corriente, resulta en cambio algo más difícil
de advertir. Pero hay infinidad de hombres perezosos que no paran de
trabajar y de moverse. Hacen cosas constantemente, pero no las que deberían
hacer.
¿Cómo
aplicar esas ideas a la familia? La pereza activa puede hacer
estragos en tu hijo estudiante que no termina de comprender que más
vale estudiar intensamente tres horas y luego descansar otras tres
haciendo deporte, escuchando música o saliendo con sus amigos, en vez
de pasarse las seis horas intentando conjugar lo uno y lo otro para al
final dejarlo todo a medio hacer y con una clara sensación de
descontento (y habiendo sufrido más que si hubiera estado estudiando
intensamente todo ese tiempo).
Es
también pereza activa cuando un padre o una madre de familia no
cesan de ir de un lado a otro cuando quizá deberían estar en casa con
su cónyuge y sus hijos. O cuando se entretienen sin verdadera necesidad
en el trabajo y abandonan otras obligaciones que (casualmente de
nuevo) le resultan menos agradables. O cuando se lanzan a hacer
cualquier cosa que se les cruza por la cabeza sin ponderar su
oportunidad.
Se
trata de la común tentación de hacer lo urgente antes que lo
importante, lo fácil antes que lo difícil, lo que se termina pronto
antes que lo que requiere un esfuerzo continuado.
El
orden es una virtud que depende mucho de la forma de funcionar de la
familia y del colegio, y a la que desgraciadamente no siempre se le da
la importancia que tiene.
Los
padres y los profesores deben exigir que los chicos sean cumplidores,
que tengan orden, un orden razonable. Serva ordinem et ordo te
servabit, decían los antiguos: guarda el orden y el orden te
guardará a ti.
Un
detalle muy formativo de la virtud del orden, por ejemplo, es la
puntualidad: enseñar a los hijos a valorar el tiempo de los demás al
menos tanto como el propio; que les preocupe si han hecho perder el
tiempo a otros por sus olvidos o su desorden.
Aprender a organizarse
Siguiendo
el esquema propuesto por Stephen Covey, pueden distinguirse cuatro fases
o generaciones en cuanto al modo de administrar el tiempo.
Una
primera son aquellos que elaboran listas de tareas pendientes. Con ellas
toman conciencia de lo que les queda por hacer, lo van abordando cuanto
antes pueden, y van tachando, lo que siempre proporciona una sensación
gratificante. Esto, no cabe duda, es ya bastante más de lo que son
capaces de llegar a hacer muchos. Sin embargo, es aún un esquema de
organización muy pobre, puesto que la mayoría de las veces la
distribución del tiempo viene impuesta externamente por la mera sucesión
de los acontecimientos.
Pertenecen
a la segunda generación aquellos que intentan mirar un poco más
adelante, y se programan mediante el uso de la agenda: van anotando
acontecimientos, compromisos y proyectos de actividad futura, en la
medida en que su tiempo les permite darles cabida. Su anticipación les
confiere una mejor organización, pero aún rudimentaria, puesto que así
no pueden valorar debidamente las prioridades: son simples
distribuidores de tiempo.
La
tercera generación suma a las dos precedentes la idea básica de establecer
prioridades. Se centra en la necesidad de fijarse unos objetivos,
con sus correspondientes plazos, y de acuerdo con ellos se prepara una
planificación diaria que alcance la mayor eficiencia. Este
planteamiento supone un gran avance respecto a la segunda generación,
pues la clave no es dar prioridad a lo que está en la agenda, sino
ordenar la agenda con arreglo a las prioridades.
Sin
embargo, centrarse en la simple eficiencia en la programación y el
control del tiempo tiene a menudo efectos contraproducentes. Por
ejemplo, es frecuente que dificulte la necesaria liberalidad y
espontaneidad en el modo de organizarse, y que en consecuencia se
resienta el desarrollo de las relaciones humanas, que son tan
importantes y enriquecedoras. Por esa razón, cabe pensar en una cuarta
generación, que da aún un paso más: por decirlo de una manera poco
académica, en vez de organizar el tiempo, procurar organizarse a uno
mismo.
Hay
tareas que, por su naturaleza, necesitan una atención inmediata. Son
cosas urgentes que actúan sobre nosotros de forma imperiosa: el timbre
del teléfono, por ejemplo, es urgente, reclama una atención inmediata.
Suelen ser tareas cercanas, que dan impresión de actividad,
entretenidas. Lo malo es que muchas veces carecen de importancia y nos
desorganizan. Ante lo urgente, reaccionamos; ante lo importante, no
siempre.
Las
cuestiones importantes pero no urgentes requieren más
iniciativa, más esfuerzo, más reflexión personal, y es fundamental
centrar en ellas la organización personal: hemos de actuar
creativamente, no simplemente reaccionar ante lo que ocurre. De lo
contrario, nuestra vida se verá desviada con mucha frecuencia hacia lo
urgente no importante, pues, curiosamente, las tareas más entretenidas
y que más nos reclaman son precisamente ésas, las urgentes pero no
importantes.
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Gracias por tu comentario es muy enriquecedor para el blog.